Portada de ‘Troika’, de Isabel Zapata. (Almadía)
Con la memoria de su lado y una escritura que ofrece los placeres solo provenientes de la sensibilidad natural y la inteligencia, Isabel Zapata ha escrito una primera novela que deslumbra por su dolorosa conciencia de las plenitudes y los agujeros que podrían modelar el jardín de nuestra infancia. Troika (Almadía) es el júbilo y el desamparo, la fiesta y el duelo, la exhumación de un tiempo que antecedió a la merma y al desgaste, y merece más atención que todas esas apologías del mameluco y la carriola.
Todo gira entonces alrededor de Troika, una perra de pelaje oscuro cuyos rasgos apenas dan cuenta de sus antepasados Schnauzer. No tiene la prestancia de Buck, el héroe indómito de El llamado de la selva, sobre todo porque Troika puede conjurar el impulso humano de encontrar un lugar en el mundo. Este impulso es precisamente el viejo conocido al que la narradora interroga y que años y dolores después termina arrojándola hasta su infancia, cuando la única forma de comprender la realidad era mediante la compañía, el silencio y la mirada de Troika.
Ya que sospecha que los recuerdos desdibujan el pasado, y ya que hay cosas que nunca conoceremos por más que las procuremos, Isabel Zapata ha querido contar la historia de Andrea y Troika de dos maneras: como memoria y como invención, dos orillas que terminan fundiéndose. Acá está la confidencia, lo que la novela ofrece como “Este lado a los ojos”, y allá, más lejos, “Este lado al sol”, lo que quizás ocurrió. Y es que, al principio y a final de cuentas, Troika le planta cara a la muerte, que anuncia el tránsito acelerado de la niñez a la adolescencia.
Los dos lados que componen la novela avanzan como líneas paralelas hasta que se unen para ofrecer una pequeña dosis de certidumbre: la narradora se recrea como niña y más tarde imagina el destino de la trabajadora doméstica que creyó que Troika podría tomar el espíritu en pena de su hijo para conducirlo al paraíso. No se trata de fantasmas, ni siquiera de figuraciones. Lo que Isabel Zapata ha querido expresar, y con qué sentido de la belleza melancólica, se concentra en la certeza de que la escritura puede prolongar la vida y aun devolvernos hacia el día en que, echados sobre la hierba, creíamos ser felices.
AQ
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