Arte de la clasificación
Una rápida consideración de los hechos del universo permite distinguirlos entre existentes e inexistentes; suponiendo que lo inexistente fuera pasible de subdivisiones, podría organizárselo en diversas categorías: hechos deseables e indeseables, necesarios y fortuitos, peligrosos e inocuos… Alguien podrá objetar que, por simple definición, lo inexistente, en tanto que inexiste, nunca puede ser peligroso, a lo que un interlocutor podría replicar que un Apocalipsis general, no existiendo aún, no carece de aptitud para desencadenarse en algún momento, y que la inminencia y el efecto sobre nuestras conciencias perfectamente habilita a considerarlo real.
Siguiendo de manera lineal esta perspectiva, hasta seríamos capaces de afirmar que solo lo inexistente es peligroso. Por ejemplo, el anarcocapitalismo. Pero no nos desviemos del mayor objeto de nuestro interés: los libros.
Los libros inexistentes son maravillosos, porque postulan posibilidades infinitas de invención e imaginación; son potencias del pensamiento, la sintaxis y la emoción, series infinitas y no realizadas que nada descarta en términos de factibilidad futura, una totalidad inexplorada.
En cambio, los libros realmente existentes son los que son. Inicialmente, pienso para ellos dos categorías con sus respectivas subdivisiones: los que están en bibliotecas y los que están fuera de ellas, lo que incluye una diversidad de posibilidades o subsubdivisiones, los libros que se tiran, los que se rompen, los que se vuelven pulpa de papel nuevamente, los que están siendo impresos y aún no son leídos. Los que están dentro de –o en– una biblioteca, los reparto a su vez entre los que están en mi biblioteca, y los que ocupan el resto de las bibliotecas del mundo.
En mi biblioteca hay subdivisiones por género (novela/cuento/poesía/ensayo/filosofía/biografías/pelotudeces y rarezas varias), orden alfabético y nacionalidad del autor. Dentro de esa generalidad, pero indivisos en los anaqueles, están los libros que no leí y los libros que leí. Dentro de los primeros, los que me pregunto, con cierta melancolía, si los vendo o no los vendo, si los leeré o no. Y dentro de estos últimos, los que sé con triste certeza que ya no releeré.
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