Ghislaine Maxwell interviene en un simposio, en Nueva York, en 2013.
Cualquiera de las dos acepciones que la RAE dispone para el término alcahueta’ son aplicables a Ghislaine Maxwell (Maisons-Laffitte, Francia, 62 años): persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita; persona o cosa que encubre u oculta algo. De la primera entrada podríamos prescindir de lo de amorosa, por cuanto nada de lo cual se asemeja a la perversión aparejada a los servicios que la hija de Robert Maxwell, propietario en su día de un imperio mediático, prestaba al multimillonario Jeffrey Epstein, el financiero para el que Ghislaine proporcionó, concertó, encubrió y facilitó durante años a un centenar de adolescentes, varias menores de edad, para montar una red de abusos sexuales y pederastia cuyos documentos judiciales acaban de desclasificarse. Él era el monstruo y ella su leal colaboradora.
«Perdido es quien tras perdido anda», proclama Pármeno en La Celestina’ (Acto I), tÃtulo con que se conoce a la Tragicomedia de Calixto y Melibea’, la obra con que Fernando de Rojas acuñó sin proponérselo el nombre en castellano que define a la alcahueta o al alcahuete: Celestina. Al lado de Epstein, mientras fue su pareja y cuando dejó de serlo, Ghislaine Maxwell se convirtió en la Celestina del mal, en una alcahueta inmoral que no dudó en sacar a la superficie una bajeza que no había emergido hasta entonces y proporcionar a su novio y a ella misma carne joven pues carne era el objeto de deseo de ambos para deleitarse en el tenebroso agujero de los abusos sexuales y el tráfico de personas puestas a disposición de un exclusivo grupo de amistades, incluidos miembros de la realeza británica y de la alta sociedad norteamericana. Detrás de los abusos se prometía un mundo de fábula, lujo y dinero en una isla de fantasía que resultó ser de los horrores para las víctimas de la pareja y de su millonaria agenda de contactos.
La vida en la celda
«Goza tu mocedad, el buen dÃa, la buena noche, el buen comer y beber» (Celestina, acto VII). Muerto el monstruo (Epstein se suicidó en su celda en 2019), Ghislaine acapara en solitario el foco penal y mediático de los horrores cometidos por ambos. Desde la desclasificación de documentos a principios de este año y sin el principal culpable entre los vivos, la mayorÃa de reportajes se concentran en ella y las plataformas de streaming’ recuperan miniseries donde Maxwell es la protagonista. Condenada a 20 años de cárcel por cinco delitos de tráfico sexual entre ellos, proporcionar menores al depredador de su exnovio, la justicia la sentenció también a una mudanza extrema y radical: de la buena noche, el buen comer y beber de la isla de Little St. James, donde tenían lugar los abusos, a las noches de insomnio, la comida racionada y el agua del grifo de una celda de 3 x 2,5 metros que comparte con otras tres reclusas en un correccional federal de Florida. En esa celda permanece 23 horas al día. Allí vive’ desde su traslado del centro de detención de Brooklyn donde presentó hasta 300 quejas contra las condiciones de vida infrahumanas’ de la cárcel y donde asegura que sufrió las amenazas de una compañera de prisión que planeó matarla mientras dormía.
«Es mejor el uso de las riquezas que la posesión de ellas» (Sempronio, acto II). Para Maxwell, ni siquiera una isla de cuento parecÃa ser suficiente, por eso se dedicó a disfrutar del uso siniestro que se hacÃa de ella. Nacida en Francia y con nacionalidad estadounidense, francesa y británica, Ghislaine vivió siempre al cobijo del lujo y los millones de su progenitor, el magnate de la comunicación Robert Maxwell. De propietarios del sensacionalista Daily Mirror’ a salir en sus portadas. La encarcelada Ghislaine Maxwell se convierte en la mejor amiga de una de las asesinas más infames de Estados Unidos’, titulaba el tabloide en 2022, ya en manos de otros propietarios. La princesa resultó ser la bruja.
«Del pecado, lo peor es la perseverancia» (Pármeno, acto VII). Ghislaine Maxwell reúne todos los tópicos imaginables de la perversión que caracteriza a aquellos para los que jamás nada es suficiente, ni la riqueza ni las adicciones ni la ambición ni el delito llevado al extremo ni el pecado (o como quiera llamarse), sobre cuyos escalones se asciende a una presunta felicidad nunca satisfecha. «El amor impervio continuo, constante todas las cosas vence», discurre Celestina en el acto I. El amor no suma victorias donde empieza la libertad de los demás y la justicia acaba doblegando aquello que se corrompe. Cuán equivocada estaba la alcahueta.
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